Crónicas Electorales V: La Veda Electoral a Bordo del Chema Morelos

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Crónicas Electorales V: La Veda Electoral a Bordo del Chema Morelos

A pocas cuadras del hangar presidencial, el Potro estacionó el Mustang que le habían prestado para llegar a tiempo a su cita. Faltaban cinco minutos para las 7 de la noche; justo a tiempo. En el camino se topó con Richie Canaya, quien se bajaba de una limusina que conducía un tal Badeiro. Ambos candidatos se sorprendieron de encontrarse mutuamente.

Richie le echó una mirada desaprobatoria. Estaba seguro de que era una desafortunada coincidencia, no había forma de que aquel ranchero, sin siquiera un partido de respaldo, también estuviera siendo protegido ante el caos en el país.

—¿Qué tal, compadre? —rompió el hielo el Potro—. Estuvo buena tu venganza, eh. Aunque, ¿en verdad era necesario dejarlo en calzones?

—Yo no hice absolutamente nada. Tú y yo sabemos perfectamente que el RIP está detrás de todo esto —respondió caminando rumbo al hangar.

—En realidad me importa un cacahuate quién haya sido. Solo me molesta que me involucren en su cochinero. Tan a gusto que podríamos estar viendo el mundial con un tequilita en mano. Pero no, tenían que salir con sus jaladas justo antes de las elecciones.

—¿Qué haces aquí? —preguntó Richie ignorando los reclamos del Potro.

—Pues lo mismo que tú, supongo.

—¿Vienes a tomar el avión?

—No, nomás vengo a revisar las turbinas para asegurarme de que se descomponga en medio de tu vuelo. Ya que vamos a donde mismo, te acompaño.

Richie y el Potro caminaron hasta las puertas del imponente inmueble, era una digna guarida para el avión que muy pronto transportaría a uno de ellos.

Dieron las siete en punto cuando un helicóptero voló por encima de los candidatos y descendió a unos cuantos metros de ellos. Toño Milk asomó sus cabellos despeinados que revoloteaban con el viento y no mostró menor sorpresa al ver los rostros de sus dos competidores observándolo a lo lejos.

—Bienvenido a la fiesta, Toñito —saludó el Potro sin rodeos.

—¿Qué hacen ustedes dos aquí? —gritó Milk por encima del ruido de las hélices que ya partían—. ¿Quique también les ofreció su avión? ¿Nos vamos todos del país?

—Te juro que, si el RIP es el culpable de todo esto, voy a meter a cada uno de ustedes a la cárcel en cuanto sea presidente y me aseguraré de que se pudran tras las rejas por el resto de sus vidas —amenazó Richie con el ceño tan fruncido como le permitían sus anteojos.

—Tranquilo, Canaya. Número uno, yo ni siquiera soy del RIP; y número dos, todos sabemos quién es el responsable de este asesinato. ¿En verdad tenías que ponerle el letrero de Manolín Pobrecín Malandrín en la frente?

Richie apretó la mandíbula y desactivó el protocolo de sonrisa forzada. Se reprimió a sí mismo por no poder contener su furia. Mientras más grande su enojo, más evidente su culpa.

—Ya déjense de niñerías —intervino el Potro—. En lo que a mí concierne, es muy probable que hayan enredado la cuerda en su cuello entre los dos. Siempre han sido expertos en joder al prójimo juntos, no nos hagamos.

—Bien que no te molestó que nos hiciéramos de la vista gorda cuando falsificaste tus firmas, ¿verdad Potro?

Justo cuando la trifulca subía de tono, un hombre con un traje azul marino y una boina con insignia de la fuerza aérea salió de la torre de control y se dirigió hacia los tres candidatos.

—Buenas noches, señores. Soy el General Pérez, aviador de alto rango y servidor de las fuerzas armadas de esta honorable nación. Yo estaré a cargo de la travesía que les espera. Para fines prácticos, su vida está en mis manos hasta que se resuelva el caso del señor Lópes. ¿Alguna duda?

—¿A dónde nos dirigimos? —preguntó el Potro con sospecha.

—Lo sabrán a su debido momento.

—A mí no me va a intimidar ni usted ni nadie —Richie recobró su testaruda valentía—. Yo exijo que se me dé una explicación detallada de lo que está pasando. ¿Quién nos mandó traer? ¿Por cuánto tiempo estaremos fuera? ¿Es ésta otra sucia estrategia del RIP-gobierno?

—Canaya, usted no está en condiciones de exigir nada. Si yo quisiera, en este mismo momento me lo podría llevar detenido por lavado de dinero, enriquecimiento ilícito, tráfico de influencias, agresión a un adulto mayor y muy probablemente homicidio.

—¿Podremos ver a la selección en el avión? —preguntó Toño dando brinquitos.

—No le prometo nada.

—Bien, ¿pues qué esperamos? No creo que llegue Maggie de última hora, ¿o sí? —presionó el Potro.

Sin más preámbulo, el General Pérez introdujo la llave en una consola, tiró de una palanca y las majestuosas puertas del hangar presidencial se abrieron de par en par. Al ver lo que había dentro, los candidatos se llevaron una sorpresa casi tan grande como cuando se enteraron de la muerte de Manolo Lópes. No por los lujos absurdos con los que estaba forrado el hangar, sino porque la aeronave Boeing 787-8 se había encogido. En medio de tal inmensidad, apenas sobresalía un pequeño modelo a escala del avión Chema Morelos.

Con los ojos como platos, los tres candidatos corrieron a observar de cerca el juguete que había sustituido al avión presidencial. Milk lo tomó con delicadeza, no era mucho más grande que la palma de su mano.

En ese instante se escuchó una alarma de emergencia, las luces se apagaron y las puertas del hangar se cerraron tras de ellos dejando una oscuridad sepulcral. Un brillo resplandeció desde un extremo y la imagen de Manolo Lópes apareció proyectada sobre una de las paredes.

avion presidencial

—Les dije que lo iba a vender —la voz pausada de Manolo retumbó en los muros.

Canaya corrió hacia la salida intentando escapar sin éxito; las puertas estaban completamente selladas. Milk arrojó la aeronave en miniatura contra la cara virtual de Manolo haciéndola añicos. El Potro simplemente se limitó a seguir escuchando el mensaje del difunto candidato:

—Si están viendo esto —continuó Manolo—, quiere decir que alguno de ustedes, cerdos, marranos, cochinos, ha logrado deshacerse de mí. Pues les tengo malas noticias, si yo no soy presidente, ninguno de ustedes lo será. Creían que podrían escapar, mas no contaban con que le vendería el avión a Donal Trun antes de morir y ahora se quedarán atrapados en este lugar para siempre.

El video se desvaneció llevándose consigo la risa macabra de Manolo

—Entréguenme sus celulares ahora mismo —ordenó el General Pérez apuntándoles con un rifle a sus espaldas—. Algún listillo trata de hacerse el héroe y lo lleno de plomo en menos de lo que Manolo se retira de un debate.

Los tres obedecieron sin objetar. Arrojaron sus aparatos electrónicos al piso y el General les tiró una docena de balazos hasta dejar los teléfonos inservibles.

—Ya escucharon al excandidato Lópes, se van a quedar en este sitio un largo tiempo.

—No puedes hacernos esto, las elecciones…

El General calló los alegatos de Richie con una bofetada de revés que le tiró las gafas al piso.

—Antes de que empiecen con sus característicos lloriqueos, quiero darles una buena noticia. Pese a que Manolo quería que la muerte se encargara de sacarlos en brazos, para serles honesto, ese hombre tampoco era de mi simpatía. Lo cierto es que era tanto o más nefasto que ustedes tres. Es por ello que he decidido darles una oportunidad para salir de este sitio con vida. De hecho, hasta les daré dos opciones a elegir:

»Uno, renuncien a su candidatura de inmediato y los dejaré salir pasadas las elecciones. Grábense mandando un mensaje a la ciudadanía en el cual les informen de su decisión, firman un par de papeles y listo. En total solo se quedarían unos cuantos días aquí pasando hambre. Nada que no haya sobrevivido la gente a la que quieren representar.

»O dos, los dejo salir hoy mismo con la condición de que cumplan una tarea que yo les encomendaré. Cosas en apariencia sencillas como sacar una cita en el seguro o levantar una denuncia. No obstante, si fallan, les prometo que no llegarán vivos al día de las votaciones. Ustedes deciden».


¿No sabes cómo murió Manolo Lópes? Lee las primeras entregas de las Crónicas Electorales en el blog de A. G. Güitrón