15 Jun Crónicas Electorales III: Entre Potros, Caballos y Hachas
Habían pasado ya más de cuatro horas desde que los primeros rayos de sol acariciaron la piel dorada y desnuda del cuerpo sin vida de Manolo Lópes. La tensión aumentaba en las calles de todas las ciudades del país, mas a varios cientos de kilómetros al norte de la trágica escena, en un pacífico rancho alejado de la incipiente revolución, el Potro terminaba de alimentar a su caballo como si fuese un día cualquiera.
Como buen macho que se respeta, él se había despertado antes de que amaneciera para cumplir con sus obligaciones de hombre proveedor. El Potro se había postulado como candidato independiente a la presidencia de la república, pero no por estar en campaña iba a descuidar sus cultivos y ganado.
Volvió a casa esperando encontrar el almuerzo listo en la mesa; para su decepción, no había siquiera una tortilla caliente que le ayudase a recuperar las fuerzas tras una dura mañana de trabajo.
—¡Vieja! —gritó soltando un manazo sobre la mesa.
Se oyeron unos pasos nerviosos bajar por las escaleras y la cara asustada de su mujer se apareció en la cocina.
—¿Dónde está el almuerzo? Me parto el lomo bajo el sol para traerte de comer todos los días y no puedo encontrar ni un plato de frijoles servido a mi regreso —reclamó el Potro.
—Amor, ¿no te has enterado de…? —preguntó su mujer con voz temblorosa.
—Qué enterado ni que nada —interrumpió el Potro—, primero la panza llena y después lo que sea. Anda, ponte a preparar el almuerzo que me rugen las tripas y ya voy tarde al mitin de hoy.
—Pero es que…
—Pero nada, sirve la comida y que no se repita. Una más y me voy con mi caballo que igual ya sabes me sale más barato que tú.
La mujer obedeció apresurada. Sabía que la noticia no le había llegado porque el periódico que leyó antes de salir de casa no había alcanzado a reportar el asesinato y su celular lo había dejado cargando en el buró. Su marido era la menor de las amenazas para Manolo, ni siquiera el retiro de Maggie Savala le había subido puntos en las encuestas y se mantenía bastante alejado en una cuarta posición. Sin embargo, las sádicas ideas que el Potro venía predicando a lo largo de su campaña lo convertían en sospechoso automático.
—Perdón por mi actitud, vieja. Creo que es tiempo de que descanses. Voy a contratar servidumbre para que ya no tengas que preocuparte por cocinar. Además, ahora que sea presidente, tendremos que dejar a alguien encargado del rancho mientras no estamos.
—Viejo, a mí no me importa cocinar, sólo quiero que me escuches… —insistió sirviéndole un plato de huevos divorciados.
—Ya es decisión tomada —volvió a interrumpir el Potro—. De hecho, ya hasta hice un reglamento que deberán seguir todos los que trabajen aquí. Escucha […]
El Potro sacó un par de hojas de su portafolios y leyó en voz alta:
—Punto número uno. Todo aquél que sea sorprendido tomando una sola pertenencia del Potro sin su consentimiento, se verá castigado con la mutilación de aquella mano que se haya atrevido a tocar dicho objeto.
»Punto número dos. Si alguien pisotea los cultivos y a causa de su descuido la cosecha sale defectuosa, al culpable se le cortará el pie a machetazos.
»Punto número tres. Si alguien se atreve a señalar con el dedo a la persona del Potro, dicha persona perderá su dedo majadero para que no vuelva a insultar a nadie más. Es bien sabido que es de mala educación apuntar con el dedo; así educó su mamá al Potro y ella es la persona más sabia que ha existido pese a que no sabía leer ni escribir.
»Punto número cuatro y quizá el más importante. Si a algún gañán se le sorprende coqueteando con la mujer del Potro, se aplicará un castigo en congruencia con las medidas previamente descritas. La navaja más filosa se encargará de que el objeto de deseo sea removido del cuerpo del causante de dicha falta.
»Punto número…
—¡Potro! ¡Han matado a Manolo Lópes! —la mujer interrumpió desesperada.
El Potro casi se atraganta con el último bocado de su almuerzo. Se le fue el color de la cara y sin decir palabra subió a toda prisa por su teléfono.
—Vieja, estas noticias se cuentan de inmediato —la regañó revisando su timeline—. Esto es grave, la Facebook Potro Investigations (FPI) me dice que yo soy uno de los principales sospechosos junto a Toño Milk y Richie Canaya.
La gente estaba enfurecida y él estaba en la mira de los zafarranchos que ya se habían desatado en varios puntos del país, sobre todo por un enfrentamiento que tuvo con Manolo durante el primer debate electoral. Esa noche, el Potro le pidió que firmara un documento que pondría en igualdad de condiciones los presupuestos de campaña de ambos candidatos. Manolo no aceptó ya que su infinita bondad no le hubiese permitido dejar desamparados a los damnificados del sismo que había sacudido al país meses atrás. Necesitaba ese dinero para ayudar a las víctimas y, pese a que nunca hubo prueba de que así lo hiciera, era bien sabido que su irreprochable bondad silenciosa no le permitía pavonearse por sus actos de misericordia innata. Su mano derecha nunca se enteraba de lo que hacía la izquierda.
Tras reflexionar un par de minutos, el Potro recuperó la calma. Sacó la bala que cargaba consigo todo el tiempo y recordó la valentía que lo caracterizaba. Él nunca había tenido miedo y ésta no sería la excepción. Para cuando los revoltosos llegaran a su rancho, estaría preparado con las mejores armas de su colección mocha-manos.
Le sacaba filo a su hacha preferida cuando uno de los millones de mensajes que recibía por WhatsApp llamó su atención. No era otro meme o un nuevo grupo como se había hecho costumbre desde que hizo público su número semanas atrás. Éste provenía de un número con lada desconocida y contenía una advertencia que puso a temblar su valiente y velludo pecho.
«Potro, tienes que huir hoy mismo» se leía en la pantalla.
«No puedo. Tengo un asado este domingo para ver el mundial».
«Tendrás que cancelar. De cualquier forma, ya sabes que Alemania siempre gana. Asegúrate de estar en el hangar presidencial a las 7 de la noche, en punto. Tu vida y la de tu señora están en peligro».
Mientras esperas la cuarta entrega de las Crónicas Electorales, ¿por qué no lees mi novela, El Sueño de Unos?