El Verdadero Partido del Siglo (Y el Trofeo que Nunca Compartí)

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El Verdadero Partido del Siglo (Y el Trofeo que Nunca Compartí)

El partido de la semifinal de México ’70 entre Alemania e Italia es considerada por muchos como el mejor juego de fútbol de toda la historia. Sin embargo, con el respeto que merece Beckenbauer y compañía, la realidad es que aquel partido no fue nada comparado con el que estoy por contar […]

El verdadero partido del siglo se dio poco más de 30 años después. Muy lejos del estadio Azteca, en uno de los campos empastados de la Deportiva del Estado en León, Guanajuato, 22 niños de entre 11 y 12 años nos regalaron el espectáculo más emocionante que jamás haya visto el fútbol. No se disputaba el pase a la final de la copa del mundo, pero para ellos, el campeonato de la “Tota” Carbajal valía mucho más que eso.

Tuve la fortuna de vivirlo desde adentro, en la media de contención del equipo lasallista. Enfrentábamos al conjunto de León Independiente, o como coloquialmente los conocíamos, Punto Verde. Vestían un horrendo uniforme amarillo fosforescente tan brillante como las estrellas que lo portaban. Su plantilla estaba repleta de jugadores con talento suficiente para aspirar a la primera división profesional. Irónicamente, la gran mayoría de estos dotados jugadores provenían de la escuela a cuyo equipo enfrentaban esa misma tarde: nuestro Colegio La Salle.

Las 22 Estrellas que Nunca Se Volverán a Alinear

foto oficial

En sus filas tenían al delantero más temible de toda la generación: Francisco Álvarez “Panchito”. Pese a su baja estatura, imponía respeto dentro del área gracias a sus escurridizos regates y definición fulminante. Su zurda letal debe haber marcado más goles que cualquier romperredes de la Liga MX.

Su medio campo no era menos poderoso. Juan Carlos Sandoval tenía una pierna derecha tan educada que ponía el balón donde quisiera con un efecto más curvo que el tiro con chanfle de Oliver Atom. Iván Rigoberto gozaba de una creatividad que inventaba pases donde nadie más los veía, así como una técnica individual que de haberla mostrado en internet, habría sido el YouTuber más popular con la cantidad de trucos que sabía hacer con el balón. Y no se diga Pepe González, quien me atrevo a decir era el mejor jugador de 12 años de toda la ciudad. Su larga zancada lo hacía moverse más rápido que cualquier otro niño y su potencia era intimidante. Nunca vi a alguien así de alto con tal agilidad; era el Zlatan Ibrahimovic de nuestra generación.

Nuestra selección había armado un equipo bastante competitivo pese a no contar con dichos elementos que decidieron dejar a un lado los colores azul, blanco y rojo para enfundarse en una casaca color marca textos. Nuestra máxima esperanza estaba depositada en los botines mágicos de Paco Ponce. Él tenía tanto o más talento que cualquiera de los rivales; orquestaba los hilos lasallistas con su elegancia y deslumbrante manejo de ambos perfiles. Su calidad era innegable, por lo que en más de alguna ocasión fue tentado a unirse a los contrincantes, sin embargo, él siempre permaneció fiel a su institución; era el Francesco Totti de nuestra generación.

Joaquín Rodríguez era una gacela por la banda, parecía volar con su delgada complexión; lo que carecía en fuerza lo compensaba en velocidad. Fernando Medina era un peligro desde cualquier parte del campo, el cañón que tenía por pierna derecha sacaba misiles más escalofriantes que cualquier arma norcoreana. Yo hacía lo que podía por recuperar balones y al menos corría hasta vomitar los pulmones de ser necesario.

Primera Mitad

marcador primer tiempo

El árbitro silbó el comienzo del partido y los equipos desplegaron el buen fútbol que los había llevado hasta la final. Los de Punto Verde seguían al pie de la letra las indicaciones de su entrenador Jaime, quien apoyado en su enorme capacidad para dirigir y un amplio conocimiento táctico, logró que sus pupilos dominaran los primeros minutos de juego.

Nuestra defensa, fiel al estilo aguerrido del entrenador Pedro, ponía todo su corazón y garra para contrarrestar los embates rivales. Rafa Aguilar, Arturo Fuentes y Quique Reyes eran una excelente tripleta en la central, con su corpulencia, altura y ubicación, formaban un muro muy difícil de pasar. Y si alguien llegaba a cruzar sus dominios, los reflejos de Paco Iván en la portería eran garantía.

El encuentro se mantuvo bajo esta tónica durante gran parte del primer período hasta que los esfuerzos puntoverdistas dieron fruto poco antes del descanso. Iván Rigoberto aprovechó un mal despeje para hacerse de la pelota justo en las afueras del área, levantó la vista y desde que hizo impacto con el empeine todos los ahí presentes sabíamos que ese disparo terminaría al fondo de las redes. Metafóricamente hablando, porque lamentablemente las porterías de la Deportiva no tenían redes que disfrutaran de las caricias del tiro de Iván. Nos fuimos al entretiempo con un 1 a 0 en contra.

Segunda Mitad

marcador segundo tiempo

Íbamos perdiendo, pero para ser honesto, vernos solo un gol abajo contra tal potencia nos dio esperanzas de dar la sorpresa. Así, entre la sensación de estar a su nivel y el discurso motivacional de Pedro, la dinámica cambió por completo para la segunda mitad. Adelantamos líneas, les ganamos la posesión por momentos y nuestros mejores jugadores demostraron por qué eran seleccionados lasallistas.

Pedro Cerda, que tenía la versatilidad para jugar en cualquier posición (incluida la portería), comenzó a preocuparse más por ofender. Ante la necesidad del empate, hizo gala de su liderazgo y se volcó al frente para asociarse con Christian y Eddie. Nuestra delantera al fin preocupaba a los rivales, mas abrir ese cerrojo defensivo era una misión tan compleja, que de cumplirla, sería una hazaña digna de contarse 15 años más tarde.

Esa zaga no le pedía nada al Milan de Sacchi, Capello o Ancelotti. Juntos, Edson y Julio deben haber concedido menos goles que la dupla de Maldini y Nesta. A un lado, contaban con su versión blanca de Cafú: Abraham, un increíble jugador que compensaba su baja estatura con una gran fortaleza de piernas, quizá sin el portentoso disparo de su similar brasileño, pero con una sobresaliente capacidad de marca y manejo de tiempos para cortar cualquier avance. En la otra banda, Jaziel era el versión bronceada de Costacurta; su disciplina táctica y liderazgo eran justo el balance que requerían sus compañeros. Y por supuesto, el aparato defensivo no estaría completo sin un estupendo guardameta como Claudio; a la misma altura que Dida, juego aéreo dominante y hasta con más reflejos.

A falta de 10 minutos para el final, Joaquín desbordó por la banda izquierda y fue derribado por el defensor. El árbitro señaló la falta, Paco Ponce tomó el esférico y al menos 6 jugadores nos sumamos al área sabiendo que enviaría un centro impecable como sólo él podía. Yo era un niño de estatura media-baja y no recuerdo haber marcado un gol de cabeza en mis 11 años de vida previos, supongo que por eso no representé mucho riesgo para mi descuidado marcador. Paco puso el balón en el aire con comba hacia el portero, Claudio se quedó amarrado, di un par de pasos hacia la zona a la que iba la pelota y brinqué buscando el remate de cabeza… era imposible errar el servicio perfecto de Ponce.

Los papás en las tribunas dividieron reacciones, una mitad enloqueció con el grito orgulloso de gol y la otra enmudeció incrédula tras el empate. Mis compañeros emocionados corrieron a festejar conmigo, los 11 nos fundimos en un abrazo que nunca voy a olvidar. En los ojos de cada uno se veía que el complejo de inferioridad se había borrado por completo. Aún recuerdo a Pedro Cerda animándonos a ir por el triunfo. Ese gol nos hizo creer; fue un “sí se puede” que a todos convenció.

Con el momento de nuestro lado y la confianza por los cielos, en la siguiente jugada Fernando Medina se atrevió a sacar un disparo desde lejos, parecía que ganábamos el encuentro, pero el balón se fue ligeramente desviado a saque de meta. Parecía que la final tendría que irse al alargue, no obstante, el tiempo regular nos tenía guardada una última emoción […]

El Verdadero Gol Fantasma y el Mar de Lágrimas

El largo despeje de Claudio cayó en los pies de Panchito, controló  en el pico izquierdo del área grande, se quitó la marca de Quique, dio la media vuelta y sacó un remate cruzado de zurda. Mi corazón se detuvo por un segundo mientras el balón rozaba el pasto, Paco Iván se estiró sin lograr desviar la trayectoria, pero para nuestra fortuna el balón pasó a unos centímetros por un lado. Mi pulso regresó para transformarse en profunda amargura cuando el árbitro hizo sonar su silbato señalando el círculo central, ¡había concedido el gol!

Así es, como si esta historia necesitara más referencias mundialistas, el verdadero gol fantasma no ocurrió en la final de Inglaterra ‘66. Y es que a diferencia del de Geoff Hurst en el que todavía hay duda si cruzó la línea de gol o no, el de Panchito solamente lo vio dentro el árbitro (bueno, y uno que otro necio). Como ya lo había comentado previamente, las porterías no tenían redes para comprobar el yerro del silbante, su decisión estaba tomada, Punto Verde era el campeón.

En mi cabeza sigue fresca la memoria de las lágrimas que derramaron mis compañeros. No recuerdo que alguien haya contenido el llanto, incluso los más altos y fuertes como Arturo o Quique lucían inconsolables. Eso dio permiso para que hasta el menos sensible se uniera en un mismo lamento.

El Trofeo que Nunca Compartí

pluma caja

La verdad no recuerdo si recibimos medalla de segundo lugar, pero dudo mucho que alguien la haya guardado. Sin embargo, tengo una confesión que hacer a todos mis excompañeros, gracias a nuestro vibrante desempeño de aquella tarde, obtuvimos el mejor trofeo que jamás recibí en mi etapa de futbolista amateur gracias al hermano Zavala.

El hermano Zavala era un señor de lo más noble disfrazado en una mentirosa facha de cascarrabias. Atendía la tiendita de la escuela y no se perdía ningún partido de su selección; por supuesto, esa épica final no fue la excepción. Al día siguiente, me mandó llamar durante el recreo. Creyendo que me había metido en algún lío, abrí la puerta de la tiendita con timidez y al verme me saludó con un abrazo.

—Hoy puedes agarrar cuanto quieras, yo te invito —dijo abriéndose de brazos mostrando la infinidad de productos a mi disposición.

Creyendo que era una especie de trampa me limité a tomar unos crujitos, que para la época deben haber costado unos 3 ó 4 pesos.

—¿Eso es todo lo que quieres? —preguntó.

—Sí, mi mamá me mandó lunch, hermano —respondí con la ñoñez que me caracterizaba de niño.

—De acuerdo, entonces tengo algo más para ti.

El hermanos sacó del bolsillo interno de su saco una cajita rectangular de piel, la abrió descubriendo una elegante pluma negra con filos dorados y el logo de La Salle grabado.

—Es tuya, por haber metido el mejor gol que he visto en mi vida.

[…]

Puede que partes de la historia que acabo de relatar no estén 100% apegadas a la realidad, a fin de cuentas fue construida a base de uno que otro dato que espero haya atinado y una memoria colectiva de algunos de esos niños que ahora tienen entre 26 y 27 años. Pero puedo garantizar que esa última frase del hermano Zavala es una cita textual. Recuerdo cada palabra porque significó convertir en triunfo cada gota de sudor que dejamos en la cancha, toda la ilusión que se nos fue en los últimos segundos regresó y dejé de acordarme de ese partido con tristeza.

Hoy comparto este trofeo con aquellos compañeros que lo merecían tanto o más que yo e incluso con los rivales, porque aquél día de la final, más allá del resultado, ha sido uno de los más emocionantes de mi vida y lo guardo como un recuerdo del “sí se puede” que perduró más allá de una porra. Juntos dimos el mejor partido de la historia.

 pluma la salle

A. G. Güitrón