La Diosa Jaguar

La Diosa Jaguar

—No vayas a olvidarte de regar las plantas.

—No, ma.

—Y te acuerdas de darle de comer a Rocko.

—Sí, ma.

Hugo recibió la bendición de su madre, su papá se despidió por última vez desde la ventana y esperó parado viendo cómo se alejaba el auto por la calle. Una vez que dieron vuelta en la esquina, se metió corriendo a su casa con la emoción de saberse con casa sola todo el fin de semana.

Planes no le faltaban, dormiría hasta tarde viendo cuantas películas quisiera, videojuegos 24×7 si le apetecía, pizza de desayuno, comida y cena, y hasta le bajaría un par de tragos a la cava de su papá. Lo mejor de todo es que pasarían las siguientes tres noches en un congreso de doctores en la montaña y ni siquiera podrían marcarle para supervisarlo.  

Dieron las 3 de la mañana y Hugo seguía tirado en el sillón de la sala. Ya iba en la cuarta parte de Actividad Paranormal; pensaba que la trama era ridícula, pero sus amigos hablaban tanto de ellas que quería saber si en algún momento mejorarían. No fue así. En algún momento entre las 3 y 4, escuchó un ruido en la cocina similar al maullido de un gato. Eso le causó más tensión que las 7 horas pegado a la pantalla.

Estaba muy lleno como para levantarse. Al poco se le cerraron los ojos pese al sonido de la televisión, se quedó dormido con media rebanada de pizza en la mano, una botella de refresco abierta sobre la mesa y un gato fantasma en la cocina. Se paró somnoliento del sillón cuando el sol entró por la ventana y arrastró los pies escaleras arriba hasta su cama.

Ya pasaba del mediodía cuando bajó a desayunar un enorme plato de cereal. Estaba por meterse a la boca la primera cucharada cuando sintió las garras de su perro en el brazo, estaba desesperado parado en dos patas pidiendo comida. Hugo sacó las croquetas y vio que su tazón estaba volteado.

—Sí que estás muy hambriento hoy, Rocko.

Le sirvió ración doble que se devoró en unos cuantos segundos y le acarició la cabeza antes de que saliera por la puertita del patio. Volvió a su plato de cereal con la cuchara en una mano y el celular en la otra. Se mensajeó con sus amigos para confirmar su hora de llegada, lavó los platos sucios y regó las plantas en lo que esperaba. Se habría sentido el hijo más responsable de no ser porque también sacó una botella del whisky de la cava de su papá para recibir a sus invitados.

Llegaron con una caja repleta de cervezas, varios videojuegos y unos cuantos controles. Se hizo de noche sin que lo notaran, pero ambos consiguieron permiso de sus padres para quedarse a dormir.

—Güey, ¿no te da miedo dormir completamente solo? —dijo Ramsés abriendo su octava cerveza.

—¿Por qué me daría miedo?

—No sé, es medio tétrica tu casa. Y pues tú sabes de la Diosa Jaguar.

—¿Qué es eso? —preguntó Hugo más preocupado por matar a Michel en Call of Duty.

Ambos amigos lo voltearon a ver con desaprobación.

—¡No mames, Hugo! —pausó el juego Michel—. Hay que dejar algo de atún en la cocina o yo no duermo aquí.

—Hablo en serio, ¿qué mierda es la diosa esa?

—¡Ay, Huguito! —exclamó Ramsés llevándose la palma de la mano a la frente—. Te la voy a pasar nomás porque no eres de aquí. Aunque ya deberías saber esto después de dos años en el pueblo. La Diosa Jaguar era una señora que vivía en este mismo vecindario con su marido.

—Pero dicen que era bellísima —complementó Michel—. Tenía unas caderas de ensueño, una cinturita de miedo y un par de redondeadas prominencias que causaron más de algún divorcio por las miradas perdidas que generaban.

—Una diosa, pues. ¿Pero por qué Jaguar? —cuestionó Hugo.

—Allá vamos. Había algo peculiar con su piel, tenía manchas blancas por todo el cuerpo que resaltaban más por su color bronceado.

—Pues a mí me suena a una excelente compañera nocturna. Nada que temer.

—¡Silencio, hereje! No hay diosa que no pida tributo por sus encantos —lo calló Michel—. Aparte, no te hemos terminado de contar su historia. Nadie sabe cómo desapareció, pero en el otoño de 1958 nadie nunca los volvió a ver, ni a ella, ni a su marido. Los familiares de él levantaron un reporte y tras varias semanas la policía se vio forzada a entrar a la propiedad.

—Al entrar había un olor terrible —siguió Ramsés ya arrastrando un poco las palabras a casusa del alcohol—. Buscaron por toda la casa y lo único que encontraron fue una maleta con dos gatos pudriéndose dentro.

—¿Hay pruebas de esto?

—No sé, tú eres el ñoño que va a la biblioteca. Puedes buscar los periódicos de ese año.

—No sé si valga la pena. Pero y todo esto, ¿a mí qué?

—Bueno, se dice que encontró a su marido en la cama con otras dos mujeres. La escena la sacó de quicio y fue entonces cuando su apodo tomó otra dimensión. La Diosa Jaguar convirtió en gatas a sus amantes y a él le perforó un ojo con el tacón de su zapato. Después lo destazó con un cuchillo de cocina y se lo dio a comer en pedacitos a sus nuevas mascotas. Una vez que acabaron con él, las metió en una maleta para que murieran asfixiadas y ella huyó a la selva sólo con una mochila en la que cargaba los huesos de su exmarido.

—Eso ya suena a una de sus películas malas de terror.

—Eso dices ahora, pero desde entonces han aparecido varios hombres muertos en el pueblo, tiesos, con rasguños por todo el cuerpo y la boca desangrada. Cuenta la leyenda que la Diosa Jaguar regresa de vez en cuando a pasar la noche en casa de algún hombre solo que le haya sido infiel a su pareja.

—Nada de qué preocuparnos entonces, ¿no?

—¡Ay sí, Hugo! —desacreditó Ramsés—. ¿No te terminó Diana por las fotos que le mandabas a la Celeste? No te hagas, todos en la escuela vimos tu traserito descubierto.

—¡Ya pues! —se defendió sonrojado—. Igual la Diosa Jaguar no suena más que a cuento de vieja despechada.

Rocko comenzó a ladrarle a la ventana. Los tres se pararon con un resorte y se asomaron pegados hombro a hombro. Alcanzaron a ver la silueta de un gato brincando por los tejados de los vecinos.

—Gracias por los efectos especiales, Rocko —dijo Michel acariciando al perro de su amigo—. Yo no sé ustedes, pero no he sido el mejor de los novios. Lo único que tenemos que hacer es dejarle un poco de leche y tal vez algo de pescado cerca de alguna ventana. Dicen que con eso basta para mantenerla lejos.

Siguieron jugando videojuegos toda la noche. Se acabaron las cervezas y al whisky le dejaron menos de un tercio de la botella. Pese a que ninguno estaba en sus cinco sentidos, Michel sí se acordó de poner el kit anti-felinos antes de caer fundido en el sillón. Hugo llegó gateando a su cuarto, apagó la luz y se fundió a la cama en cuanto su oreja tocó la almohada.

En su sueño estaba al interior de una cueva, la oscuridad no le permitía percibir más que algunas formaciones rocosas a su alrededor. Escuchaba el sonido del agua escurriéndose por las paredes hasta caer en un manantial negro que se formaba a sus pies. Sintió una ligera brisa acariciándole los vellos alargados que le brotaron bajo la nariz. De un instante a otro, comenzó a ver la caverna con más claridad, sintió una incomodidad en la espalda baja de donde le salió una larga cola, cada rincón de su cuerpo se llenó de pelo y sus manos se convirtieron en garras. Sintió un empujón por detrás que lo hizo caer al agua. Salió disparado al fondo de la cueva buscando al culpable, pero no había nadie.

Se despertó al sentir su propia lengua lamiendo su brazo y escuchó el crujido de la puerta abriéndose lentamente. Una respiración en su oreja le erizó la piel, pero se negó a abrir los ojos. Si se asustaba, significaba que creía en esas ridículas historias que no eran más que fantasía, por lo que apretó los párpados empeñado en volverse a dormir.

—¡Miau! —le susurraron al oído.

Alguien le arrebató la sábana y se levantó de un sobresalto sólo para escuchar las carcajadas de Ramsés, quien encendió la luz para permitir que Michel se uniera a las risas desde el pasillo. Les azotó la puerta en la cara y se vio en el espejo antes de volver a la cama. Su rostro palidecido fue recobrando color tras cerciorarse de que seguía siendo el mismo humano.

A la mañana siguiente, la resaca que los carcomía les hizo desear por un instante que la Diosa Jaguar les hubiese quitado ese sufrimiento durante la noche. Mas el plato de leche seguía intacto en la ventana y el atún sólo dejó olorosa la sala.

Sus amigos regresaron a sus casas después acabarse el cereal de la alacena y Hugo terminó de limpiar la casa pese al zumbido en la cabeza. Sus papás llegarían al día siguiente y no podía dejar indicios de la borrachera. Al retirar el plato de la ventana, vio un gato con manchas negras en su jardín. Nunca había visto un gato más bonito que ése.

Llevó el plato al fregadero cuando Rocko comenzó a ladrar despavorido. Hugo abrió la puerta, el perro salió disparado a ahuyentar al gato, pero fue demasiado tarde. En el piso había un gorrión agonizando con las alas desgarradas y el pico partido. Se le revolvió el estómago y apenas pudo contener el vómito antes de llegar al baño.

Cuando volvió para meter a su perro, lo encontró oliéndole el trasero al gato asesino. Se quedó mirando sus ojos rasgados por unos segundos hasta que respondió al llamado de su amo. Entró a la casa meneando la cola y el gato se quedó inmóvil observando a lo lejos como si fuese una estatua de oro adornando el jardín delantero.

Antes de dormir, Hugo cerró todos los canceles, puso candados y se llevó a Rocko a su cuarto. No es que se haya olvidado de dejarle un tributo a la Diosa Jaguar, sino que el poner un plato de leche frente a la ventana sería darle credibilidad a un cuento sinsentido.

Se puso la piyama, apagó la luz y cayó dormido a la brevedad. Horas más tarde, los gruñidos de su perro lo sacaron del sueño profundo en el que estaba. La puerta chirrió como en la noche anterior, pero esta vez no podía ser Ramsés. Un leve ronroneo le cortó la respiración y apaciguó a Rocko. Se prometió a sí mismo seguir durmiendo sea como sea.

Trataba de tranquilizarse cuando sintió el otro lado de la cama sumirse ligeramente. Una acaricia en su espalda le provocó un escalofrío mientras se hacía bolita volteado hacia el otro costado. «No creo en leyendas, ni fantasmas. No creo en leyendas, ni fantasmas…» se repetía mentalmente una y otra vez.

Le llegó un olor a pescado, el aliento en su nuca le puso los pelos de punta. Sintió una lengua rasposa en su cuello deslizándose hasta su oído y unos bigotes le cosquilleaban la mejilla. Tragó saliva y repitió su mantra. Era la peor cruda de su corta vida.

La cobija se fue cayendo lentamente, mientras su playera se recorría hacia arriba. Se giró boca arriba todavía con los ojos cerrados y notó el filo de las garras en su pecho. El hilo punzante se fue desenredando hasta llegar a su entrepierna. Un rasguño lo hizo dar un brinquito, pero fue calmado con una caricia.

—¿Verdad que no soy tan mala? —le dijo una voz aguda mezclada con un maullido.

No aguantó más y al abrir los párpados se topó con un par de ojos rasgados color verde. Le sonrió moviendo su nariz achatada y el corazón le dejó de funcionar. Alumbró la habitación con su celular y apreció su voluptuosa figura recostada a un lado. Tenía los senos descubiertos y una cola amarillenta se meneaba detrás de sus resbaladizas caderas. Se mantuvo jugueteando con sus garras y de pronto le arañó el cuerpo con brusquedad desgarrando todas sus prendas. El corazón le volvió a latir y ella le silenció el grito dolor mordiéndole los labios.

—No me dejaste leche en la ventana…

Al día siguiente, Hugo recibió a sus padres con un suéter gris de manga larga y cuello de tortuga.

—Está más limpia la casa que como la dejamos —señaló su mamá con orgullo.

—Bueno, sólo limpié un poco. Quería recibirlos como lo merecen después de un viaje tan largo.

—¿Te acabaste la leche, hijo? —preguntó su papá inspeccionando el refrigerador con una taza de café en la mano.

—Sí, bueno, es que comí mucho cereal estos días.

—¿Y qué te pasó en la boca? ¿Qué es esa pomada?

—Me salieron algunos fuegos. Nada grave —respondió con una risita nerviosa.

Se oyó un maullido en la sala y Hugo se apresuró a tomar a la gatita entre sus brazos antes de que sus padres pudieran decir algo.

—Por cierto, encontré a esta gatita en la calle. ¿Nos la podemos quedar?

El papá examinó el pelaje amarillo con rosetas oscuras.

—Es muy bonita, parece un jaguar miniatura. Por mí está bien. ¿Tú qué dices, cariño?

—¿Pero tú la vas a cuidar y hacerle todo lo que necesite? —se aseguró la mamá antes de tomar una decisión.

—Cuenten con ello. De hecho, ya hasta es amiga de Rocko.

—Muy bien. —se la quitó de sus manos para verla con detalle. Movió sus bigotes y ronroneó dulcemente—. ¡Ay cosita! Es tan divina que parece una diosa. Nos la quedamos.