Consensuado

Consensuado

—Anda, sólo dilo.

—Hola, soy Caterina…

—Espera —la detuvo Reinaldo acomodando la cámara en el tripié—. Ahora sí, continúa, por favor.

–Hola, soy…

—¡Ah, ah, ah! Disculpa —la volvió a interrumpir levantando el dedo índice —. Mejor cambio un poco el ángulo para que todos tengamos mejor vista, ¿no? […] Ahora sí, preparada y cue.

Ella volteó a ver el foquito parpadeante de la cámara, tragó saliva y con una sonrisa acartonada dijo sus líneas:

—Hola, soy Caterina y quiero tener sexo con Reinaldo Robles. Ahora, amor, apaga la cámara y ven a satisfacerme.

—Con gusto, reina.

Reinaldo detuvo la grabación, se desabotonó la camisa, bajó el cierre de su pantalón y se acercó a la cara de Caterina, que estaba sentada en la cama sobre sus rodillas.

—¿Ves? No era tan difícil. Hubieras obedecido desde un inicio y nos ahorrábamos ese golpe en las costillas. Adelante, no se te ocurra usar los dientes. Igual ya hiciste tu papel ante la cámara y no importa que se desfigure un poquito esa cara.

Ella cerró los ojos y obedeció. La garganta le molestaba con los empujones que recibía en la cabeza. Casi vomita cuando su campanilla sintió el sudor rancio de su miembro, pero aguantó el asco con tal de no recibir otro golpe.

El agresor se retiró por un instante para quitarse todas las prendas. Tomó un respiro y procedió a hacer lo mismo con ella. Le sacó la blusa de un tirón que desgarró la tela, le soltó el brasier con suavidad, sólo para después apretar sus senos con fuerza. Ella gimió de dolor, pero fue callada con una mordida en los labios. 

Sintió la sangre en su boca mientras le desprendían de sus bragas. Ya lo único que la cubría era la acuerda que le sujetaba ambas manos. Su violador la giró con brusquedad y le golpeó el trasero con fuerza desmedida. Contuvo el grito la primera vez, pero tras varios azotes ya no pudo más.

–Ya déjame por favor. ¿Qué quieres de nosotros?

—Esto apenas comienza, reina. Y tú bien sabes qué es lo que quiero de ti —le dio una última nalgada antes de ponerla boca abajo—. De rodillas y volteándolo a ver.

Se incorporó detrás de ella y no pudo evitar soltar una lágrima al sentir cómo la penetraban contra su voluntad. Levantó la cabeza y vio a su marido maltrecho intentando apartar la mirada de la escena desgarradora.

—¡Ey! Los ojos para acá —le dijo el violador a su marido—. Te estás perdiendo la mejor parte del show.

Tenía la cabeza detenida en dirección a la cama con una estructura de metal, pero apartaba los ojos lo más lejos posible. Al ver que no hacía caso, tomó la pistola del buró y le apuntó a la frente.

—Dije, los ojos acá. Y a ti más te vale comenzar a gemir de placer. Que no te importe si se da cuenta de lo mal cuidada que te tiene.

La cinta en la boca de su marido no le permitía articular bien las palabras, pero entre los balbuceos se alcanzó a distinguir un «chinga tu madre». El violador debió entender también porque de inmediato se detuvo para ir a darle un puñetazo. Un diente salió volando por el piso y él respondió con un «en-e-jo».

—¡Ah! ¿Quieres más?

Intercambió la pistola por una manopla, le quitó lo que le sujetaba la cabeza y le propinó una paliza que casi lo deja inconsciente. Las sábanas se pintaron de rojo y los gritos de dolor al menos sirvieron de distracción. Caterina aprovechó para zafarse de la cuerda y tomar la pistola sin que el imbécil ése se diera cuenta.

Le disparó en la espalda en tres ocasiones y cayó de rodillas antes de morir. Sacó un llanto de alivio y corrió a liberar a su esposo. Le quitó las cuerdas de pies y manos, y retiró la cinta de su boca. Él se desplomó en sus brazos y, con la poca fuerza que le quedaba, le arrebató el arma a su amada y jaló del gatillo sobre su sien.

Caterina alcanzó a escuchar un «te amo» antes del estruendo.