Duelo Nocturno

Duelo Nocturno

Crujen todas las puertas de la casa y ambos brincan de la cama. Bruno revisa su reloj, marcan las 3:30 am. Voltea a ver a su amante entre las penumbras, sus ojos se desorbitan al escuchar el chasquido de cubiertos cayendo en la cocina.

—¡Se metió alguien! —dice Claudia con la respiración acelerada.

—¿Pusimos el candado?

Ella se encoge de hombros asustada.

—Está bien. Voy a revisar. –Se pone las pantuflas todavía somnoliento, enciende la luz y toma el bate de béisbol del armario—. Si escuchas algo enciérrate en el baño, ¿ok?

Baja por las escaleras sosteniendo el bate por encima con las dos manos. Desliza sus pies en cada escalón, acompañando sus pasos con un chirrido de la madera.

—¿Quién está ahí? —grita con su voz más grave.

Encuentra todo en su lugar. El candado está bien puesto, todas las puertas y ventanas cerradas, y los cubiertos dentro del cajón intactos. Antes de cerrar el cajón, ve uno de los cuchillos fuera de su lugar, le llama la atención y decide meterlo en el pantalón de su piyama por si acaso. El resto de la casa luce en perfecto estado, no hay rastro de intruso alguno.

Regresa a su cuarto y encuentra a Claudia sentada sobre la cama abrazando sus rodillas. Tiembla sin control, pero parece tranquilizarse cuando le pone una mano en la espalda.

—Todo está bien, debe haber sido el viento que movió algo en la azotea. Parece que va a llover.

Se acuestan abrazados, mas no logran conciliar el sueño. Un relámpago ilumina la ventana y el estruendo hace vibrar la casa entera. Ella lo aprieta con más fuerza por puro instinto.

—¿Seguro que todo está bien?

—Cien por ciento. No hay rastro de intruso alguno —responde Bruno pese a saberse con tanto o más miedo.

Vuelven a cerrar los ojos, pero la tormenta golpea violentamente y azota las ventanas. El viento sopla con fuerza y mueve las tejas a su andar. Su chillido entona una tétrica melodía que les espanta el sueño por completo. Bruno siente el corazón de su amante a punto de salirse del pecho.

—Tranquila, amor. Es sólo lluvia.

—¿Alguna vez te había pasado algo así?

—No, nunca. Qué mala suerte que caiga tremenda tormenta en tu primera noche aq…

Se oye un escándalo que interrumpe su intento de consuelo. Es como si un millar de cristales se hubieran roto en la planta baja. Bruno lleva más de ocho años en esa casa y nunca había pasado una noche tan ruidosa. Ni solo, ni antes del accidente de su mujer.

—Voy a llamar a la policía —Claudia tomó el teléfono.

—No podemos hacer eso. ¿Y si preguntan por ella?

Se oye el rechinido de los muebles de la sala y el reloj viejo comienza a sonar. No funcionaba desde que su mujer lo compró en un bazar a la semana de mudarse a esa casa.

—No me importa, ya se nos ocurrirá qué decir —marcó el 911 antes de que Bruno pudiera objetar.

Bruno la escucha hablando con la operadora, le detalla los incidentes mientras se asoma por el hueco de la escalera.

—¿Quién anda ahí, carajo?

Su eco es el único que responde.

—Más vale que se larguen ahora mismo, ya viene la policía.

En esta ocasión su respuesta viene del viento. Sopla con fuerza y podría jurar que su silbido suena como una risita que se burla de su nerviosa amenaza. La sigue el crujir de los escalones avanzando uno a uno hacia arriba. Bruno corre hacia la recámara, cierra la puerta, pone el botón y se coloca frente a Claudia con el bate en mano.  

Siente una gota de sudor helado resbalando por su frente. Se apaga la luz de la habitación y ahora su corazón late a mil por hora. La lluvia baja su intensidad sólo para dejar oír un suspiro tras la puerta. El reloj sigue sonando desde la sala con un repique que le penetra hasta el tímpano. Casi puede ver cómo gira la perilla cuando suena el timbre, la luz se vuelve a encender por sí sola y el reloj se detiene.

Bruno abre la puerta de la habitación y no hay nadie, sólo una sensación gélida. Claudia se incorpora a la brevedad y sale disparada hacia el pasillo.

—No te preocupes, yo me encargo —le dice ella tomándolo de la mano—. No tienen por qué preguntar nada que no les incumba.

Bruno se mete a la cama y desde ahí escucha las voces de abajo.

—Señorita, tenemos un reporte de invasión de propiedad.

—Sí, oficiales. Yo marqué porque había ruidos muy extraños aquí abajo. Se oyó como si se rompieran los espejos, también se cayeron los cubiertos solos y el reloj descompuesto empezó a sonar por sí mismo.

—Yo veo todo en orden.

—Lo sé, pero le juro que es verdad lo que le digo.

—Señorita, ¿vive usted sola?

—Eh, sí. Bueno, mi novio está aquí esta noche.

—¿Podría él corroborar su historia?

—Este… él está un poco indispuesto. Está en el baño de arriba. Disculpen. Pero yo les puedo mostrar la casa, quizá encuentren algo sospechoso que nosotros no vimos.

Justo cuando avanzan hacia la cocina, se escucha otro trueno ensordecedor y en ese instante se azota la puerta de la recámara. En el piso de abajo, nadie se percata de que Bruno es atormentado por un ente con el rostro blanco que saca espuma por la boca.

—¿Por esa niña me dejaste?

Siente cómo la sangre se le va a los pies y queda paralizado.

—No había necesidad de tu canallada, ¿sabes? De haber sabido que preferías a una mocosa como ella con gusto te dejaba. Eso es todo lo que necesitaba para darme cuenta de que no me merecías.

Saca el cuchillo de su bolsillo y amenaza a su exmujer tembloroso.

—¡Ay, Bruno! ¿Otra vez quieres matarme? En fin, al menos parece que en esta ocasión sí pretendes tener los huevos para hacerlo de frente. Si algo me da coraje es que lo hubieras hecho con veneno. Debe ser el arma más cobarde que existe.

—Perdóname —le dice con la voz entrecortada.

Ella suelta una carcajada que aparentemente nadie escucha en la cocina.

—Tan tierno, tú siempre. Bueno, si en verdad quieres mi perdón, toma mi mano y ven conmigo.

En esta ocasión, ningún fragor oculta el sonido de sus quejidos. Los policías suben corriendo tras de Claudia creyendo que han hallado al intruso. Lo único que encuentra es a su novio con las muñecas ensangrentadas y el cuchillo clavado entre sus costillas.

Ha perdido el duelo; su exesposa se lo ha quedado para siempre.