Literatura en Sangre

literatura en sangre

Literatura en Sangre

Era un día como cualquier otro, caminaba por los pasillos de la biblioteca, mis ansias por leer algún relato ficticio se hacían más intensas. Recorría con la mirada los estantes, cuando un libro un tanto viejo y maltrecho llamó fuertemente mi atención, «La Historia del Loco»… el texto más intrigante que haya disfrutado (y sufrido) en mi vida.

Sus líneas parecían fluir como agua mientras mi mente procesaba cada una de las palabras, todo lucía como cualquier lectura común, así parecía en un principio. Pero aún tengo presente esa inolvidable página 48, donde se apreciaba un diminuto punto rojo. Sabía que algo más habría de encontrar.

Las hojas subsecuentes se pintaban de manchas crecientes y de un rojizo cada vez más intenso; hasta los ojos de la persona más escéptica asegurarían que esos rastros eran de sangre. Busqué más pistas y encontré sobre la contraportada plasmado con el carboncillo de un lápiz cinco cifras apenas legibles, la matrícula bibliotecaria del último usuario. Regresé a la cuadragésima octava página y ante mis ojos apareció una fecha que coincidía con exactitud al día y mes en curso.

Quizás una simple coincidencia, pero una coincidencia que se aferraba a mis entrañas tratando de decirme algo, incrementando día tras día la obsesión que de mí ya se habían apoderado. Las marcas de sangre inundaban mi cabeza y para ese entonces ya podía recitar de memoria aquellos números de la contraportada. Por ahí busqué respuestas, probablemente si conocía la identidad de aquel usuario muchas dudas se resolverían.

Mientras tanto, yo ya había avanzado más allá de la mitad del libro, el registro de fechas seguía apareciendo conforme pasaban los días, era inútil leer a una mayor velocidad, aparecían sincrónicas al pie de página. Y no estaba dispuesto a leer más despacio, mis intriga por descubrir el final de la historia del loco era lo único más grande que mi desconcierto…

Haber descubierto al portador de aquel número de registro fue probablemente mi más grande error, mi expresión se congeló. Mi nombre aparecía en la pantalla del ordenador después de teclear aquella combinación, perfectamente deletreados con acentos incluidos. De inmediato tomé el libro y regresé hasta el lugar donde había encontrado el primer punto rojo, la mancha se corría rápidamente hasta extenderse por toda la página, la sangre comenzó a derramarse hasta cubrir por completo cada uno de mis dedos. Segundos después, mi espalda hizo un fuerte estruendo al golpear el piso, caí inconsciente con el libro escurriendo en mano.

48 horas después, me encuentro en el hospital recostado sobre una cama blanca, detrás de la puerta número 48 del hospital, con papel y pluma tratando de relatar la historia de otro loco, sobrellevando el dolor que punza debajo de las vendas que cubren mis muñecas. El reporte de los doctores asegura que el paciente trató de quitarse la vida, La sangre que por el escrito chorreó, era la misma que por mis venas corría.

A. G. Güitrón