Siempre Estuvo Ahí

Siempre Estuvo Ahí

¿Es el perro el mejor amigo del hombre? Pasé las últimas horas tratando de encontrar el error en este cliché que hemos aceptado desde que descubrimos que estos simpáticos caninos son mejores acompañantes que los humanos. Me fue imposible encontrar el error, tal vez no es cliché sino enseñanza ancestral; o tal vez la idea sí es correcta, el término es el que está mal empleado y nos hemos limitado al uso de la palabra amigo ante nuestra incapacidad de ladrar.

Mi mejor amigo es un gran tipo, reímos juntos, salimos de fiesta los fines, nos contamos nuestras vidas, escuchamos nuestras penas y alegrías, nos aconsejamos, nos felicitamos, nos entendemos, nos abrazamos… y al final del día, nos despedimos, intercambiamos un hasta pronto y ponemos en pausa la amistad. Mi mejor amigo no está al llegar a casa.

En cambio, hasta ayer que sus riñones incontinentes decidieron dejar de funcionar, mi perro siempre había estado ahí. Me recibía con el periódico y la correspondencia destruida, las macetas orinadas, mis calcetines desgarrados, la cena en el piso, mi cama llena de pelos y todavía tenía el cinismo de saludarme brincoteando y meneando la cola.

¿Cómo puedo decir que este loco era mi amigo?

Ningún pañuelo secó más lágrimas que sus lengüetazos; ningún muñeco de felpa dio mejores abrazos que su pelaje; ningún payaso tuvo el entusiasmo con que su jugueteo esclarecía hasta los días más grises; ningún otro amigo estuvo a mi lado incondicionalmente durante 15 años, mis amigos humanos fueron y vinieron, él siempre estuvo ahí.

Me vio disfrutar de mi infancia, me vio crecer, pasar a la pubertad, sentirme un adulto, ser un adolescente, convertirme realmente en un adulto, llorar, volver a ser niño, graduarme de la universidad, enamorarme, desenamorarme, crear un sueño, cambiarlo, cumplirlo, crear otro, frustrarme, creer que estoy envejeciendo, descubrir que soy muy joven, hallar al amor de mi vida, volar, aterrizar, caer, volver a andar… En cada una de las etapas más importantes de mi vida, él siempre estuvo ahí. Ayer me dejó seguir mi rumbo sin su fuerte cuerpo flacucho, pero con su espíritu siempre acompañando.

Ése nivel de lealtad no es de un amigo, es de algo más que no podemos definir. Quizás un perro es un ser elevado que viene a enseñar al hombre lo que es la amistad. De ser así, nos falta mucho por aprender.

Yo ni siquiera tuve tiempo de aprender su idioma. Sólo sabía que sus ladridos a veces me protegían, otras veces me alertaban, en ocasiones me pedían ayuda y de vez en cuando sólo me cantaban. Nunca entendí una palabra, mas no se cansó de intentarlo. Sabía que igual comprendería vagamente la esencia de su mensaje y yo le respondería con cariño a cambio de ladridos. Debo aceptar que era una amistad muy desbalanceada, por cada gramo de amor que yo le daba, él me regresaba una tonelada.

Gracias por el tiempo que me regalaste a tu lado, Capi. Nunca te olvidaré.

A. G. Güitrón